Hablar de sostenibilidad hoy en día es algo absolutamente cotidiano, común y necesario. Actualmente es evidente y claro para casi cualquier persona en el mundo que la forma en la que los humanos hemos desarrollado nuestra civilización industrial y tecnológica ha irrumpido abrupta e irrespetuosamente en nuestro entorno a nivel global. Como lo sugirió muy sensatamente Carl Sagan, estamos en camino a la autodestrucción como especie a menos que dejemos de devastar el único planeta conocido en la vastedad del universo en el que es posible la vida como la conocemos.
Esta responsabilidad de tomar conciencia sobre el asunto no debería ser ajena a ninguna de las disciplinas creadas por el hombre y con las cuales la humanidad vive su estilo de vida en el planeta, tal como lo hace hoy en día.
Desde la arquitectura, que no es desde luego la excepción a la regla, hay una infinidad de acciones para tomar en este sentido. De aquí proviene el concepto de bioarquitectura o arquitectura sostenible.
Esta subdisciplina de la arquitectura (que en vez de ser subdisciplina deberá convertirse en el concepto general del término) consiste básicamente en armonizar el diseño, técnicas y procesos de construcción de los hábitats humanos con el entorno natural, no solamente minimizando el impacto que estos generan sobre el medio ambiente, sino produciendo una arquitectura sostenible, ecológicamente hablando, en el tiempo.
Ya desde principios del siglo XX se acuñó el término arquitectura orgánica para referirse a aquella arquitectura que armonizaba con su entorno natural, pero vista más como aquella capacidad de un hábitat determinado para convivir en armonía, desde el punto de vista formal, estético y funcional con su entorno natural circundante. Se trata más de un concepto de integración y respeto de la arquitectura por el lugar en el que se implanta que de un concepto propiamente dicho de sostenibilidad en términos ecológicos.
Las ideas concretas de arquitectura sostenible en el sentido literal de la expresión, desarrolladas como tales hacia finales del siglo XX, involucran la capacidad del hábitat de minimizar su impacto negativo sobre el medio ambiente natural circundante, desde su construcción, pasando por el periodo de su vida útil hasta su capacidad de utilizar sistemas de energías renovables y manejo de aguas, más allá de simplemente integrarse al entorno, arquitectónicamente hablando.
La apuesta tiende puntualmente a establecer sistemas constructivos que reduzcan significativamente o eliminen el consumo de agua y la producción de desechos contaminantes y que permitan diseñar y construir hábitats sostenibles desde el punto de vista del consumo energético y tratamiento de agua y desperdicios.
Existe hoy por hoy una innumerable cantidad de propuestas y sistemas constructivos novedosos, ingeniosos y verdaderamente eficaces en este sentido. La construcción modular con elementos prefabricados industrializada (de producción repetitiva), por ejemplo, permite no solamente construir con un consumo mínimo de agua y un índice de desechos contaminantes igualmente mínimo, sino que a la vez permite un mayor control de costos y desperdicios en obra, sin mencionar tiempos significativamente menores de construcción.
Vivienda modular prefabricada. Grupo Mayorga Arquitectos.
Esto, sumado a la implementación de sistemas de reciclaje y reutilización de aguas servidas y de autogeneración energética (páneles solares, energía eólica, etc.) constituye un método eficaz, desde el punto de vista ecológico, para hacer una arquitectura que impacte mínimamente el medio ambiente, desde su construcción hasta el final de su vida útil.
La tecnología en este ámbito nos permite hoy en día a los profesionales de la construcción una infinidad de alternativas en cuanto a materiales y sistemas alternos en busca de aportar, desde nuestra disciplina, a la preservación y cuidado de nuestro hábitat natural tan afectado por nuestra propia irresponsabilidad como sociedad.
Más que una moda, más que estar a la vanguardia en tendencias de diseño, la arquitectura sostenible representa el camino correcto (el único camino) hacia una forma de satisfacer nuestras necesidades de hábitat sin dañar aun más el único lugar conocido en el universo en donde podemos vivir: el planeta tierra. Concienciarse al respecto y cambiar nuestra forma de ver el mundo, nuestros hábitos y nuestra relación con el entorno son la única salida que nos queda para evitar nuestra autodestrucción como especie, como muy acertadamente lo sugirió Carl Sagan.
En mi concepto estos procesos de cambio, de interiorización y concienciación a nivel colectivo son excesivamente lentos. ¿Cuánto tiempo podemos darnos el lujo de esperar a normalizar un estilo de vida adecuado, en lo que a conservación del medio ambiente se refiere, antes de que sea demasiado tarde? A estas alturas y en la escala de la velocidad con que nuestro planeta ha cambiado como consecuencia de nuestros propios e irresponsables actos, no creo que mucho.
Esta es una invitación a reflexionar sobre el tema, no solamente para mis colegas sino para cualquier persona en general, pues este es un asunto que nos concierne a todos sin excepción. Asumamos colectivamente la responsabilidad de vivir como especie, como civilización, como sociedad sin destruir la casa donde vivimos, la única que tenemos además.