Pensar la ciudad, comprenderla, planificarla, diseñarla y anticiparse a los factores que determinarán su desarrollo a futuro, es lo que hoy en día conocemos como urbanismo. Este concepto es relativamente nuevo, históricamente hablando, pues la necesidad de analizar, estudiar e intervenir los asentamientos humanos surgió a finales del siglo XIX con el aparecimiento de la era industrial, cuando esta determinó un cambio radical y contundente en la forma como se agrupaban las comunidades humanas. Así, pues, un crecimiento demográfico exponencial, la concentración atípica para entonces de grandes grupos de personas en los centros urbanos, la aparición de nuevas estructuras urbanas (las industrias), la necesidad de una nueva infraestructura que soportara esa recién nacida dinámica de modus vivendi y las nuevas sinergias económicas que aparecerían por entonces, motivaron una necesidad, nunca antes vista, de pensar y planificar la ciudad.
Desde entonces (hablamos desde la segunda mitad del siglo XIX) surgieron iniciativas y propuestas nuevas que revolucionarían en su momento el concepto de ciudad. La mayoría de ellas se debatía entre la innovación creativa y la utopía, pero concretaron propuestas que, con el devenir de los años y la madurez y desarrollo del urbanismo como disciplina emergente, se consolidaron en planteamientos cada vez más aterrizados a la realidad social que los demandaba. Desde la propuesta de la Ciudad Jardín, del urbanista (que, entre otras cosas, no era arquitecto titulado) Ebenezer Howard, a finales del siglo XIX, hasta las ya más estudiadas y desarrolladas ideas de Le Corbusier en la Carta de Atenas durante el IV CIAM, en 1933, la cristalización del concepto de ciudad utópica en propuestas que se acercaban más a una solución urbana viable y real que satisficiera necesidades igualmente reales y concretas, parecía cada vez estar más cerca.
De manera paralela a esta evolución, surgió la inevitable controversia en torno a la dicotomía entre los nuevos y revolucionarios conceptos urbanos nacientes y la historicidad inherente a las grandes ciudades, principalmente en Europa, en donde su origen se remonta a cientos o miles de años de antigüedad. ¿Cómo conciliar esto? ¿Cómo aterrizar estas nuevas ideas en torno al patrimonio histórico de las antiguas urbes sin desconocer fatalmente su valor histórico? Era muy evidente, desde las ideas de Le Corbusier (las cuales fueron probablemente las más influyentes en su época y que aun hoy trascienden los conceptos de planificación urbana) que el nuevo pensamiento urbano obedecía a dinámicas muy diferentes y que las ciudades modernas deberían funcionar basadas en este.
Las ideas Le Corbusier negaban el valor histórico de los centros antiguos de las ciudades. Era mejor demoler y hacer todo nuevo. Este fue uno de los principales ejes de controversia alrededor de su discurso y de sus ideas. Gran talento, sin duda alguna, muy revolucionario para la época, pero de un valor inimaginable. La propuesta urbana de Le Corbusier para Bogotá, realizada entre 1947 y 1951, planteaba demoler el centro histórico y muchas zonas consolidadas aledañas, con el fin de construir una nueva ciudad, basada en sus principios. Afortunadamente, para muchos, esta propuesta nunca se llevó a cabo. No al menos en su totalidad. Hoy en día existen algunos vestigios y proyectos puntuales pequeños de su plan para la capital colombiana. En mi concepto, las ideas de Le Corbusier siguen siendo hoy, no solo vigentes, sino ingeniosamente buenas. En términos generales, y salvando las necesidades y características puntuales de cada caso particular, sus planteamientos son válidos para construir ciudades nuevas o ampliar las existentes, probablemente no para construir sobre lo construido (o sobre lo demolido).
Hoy, el legado de esta gran época de producción intelectual alrededor del tema que nos acomete, es determinante en la planificación urbana. Indudablemente las dinámicas son otras, la sociedad es otra, los problemas son otros, las necesidades son otras, muy diferentes, todos ellos, de lo que determinó las ideas urbanas revolucionarias gestadas desde hace ciento cincuenta años para acá. Pero, los conceptos básicos siguen siendo vigentes: la humanización del espacio público, en términos de escala, de viabilidad y de calidad espacial y funcional, la necesidad de densificar en altura, la relegación del automóvil, la necesidad de integrar los escenarios naturales a la ciudad, la necesidad de articular coherente, armónica y eficientemente los usos del suelo. Ciudades sostenibles en el tiempo, eficientes y vivibles.
No obstante, la aplicación práctica de estos conceptos en la concepción de ciudades eficientes, en los términos de lo que he mencionado, es, hoy en día, limitada.